Las mujeres que se tiran de la faja son unas ordinarias

Rascarse el cuero cabelludo. Echarse el pelo para atrás. Menear la melena al viento en plan anuncio de champú o laca. Ajustarse las gafas por las patillas o por el puente. Hurgarse la nariz. Empujar la nariz hacia arriba. Horadarse los oídos. Tirarse de la barba. Caracolearse la barba. Refregarse la barbilla. Echar la nuca hacia atrás. Ahuecarse el cuello de la camisa. Juguetear, para afuera y para adentro, con el anillo de casado. O de casada. Aflojarse el nudo de la corbata. Acariciar la corbata recomponiendo su tersura. Estirarse los puños de la camisa. Estirar por detrás los bajos de la americana. Cerrarse la americana colocando la corbata por dentro. Recolocarse la tira caída del sujetador. Subirse los calcetines o las medias. Mirarse las puntas de los zapatos. Mirarse los tacones de los zapatos... Y hay más. 

Gestos corrientes, recurrentes, casi tics, que unos y otros ejecutamos, y que indican inseguridad, incomodidad, necesidad de recomponer la figura, de readaptar el propio aspecto, de atenuar rigideces o descomposiciones que nos incordian o nos desdicen. Toda esta mímica, instintiva, casi involuntaria, viene a decir que no estamos conformes como estamos, que tenemos la necesidad de modificamos constantemente, de reorganizarnos. Que el cuerpo y, sobre él, la ropa son mapas de sensibilidad acerca de nuestra insatisfacción con nosotros mismos. Algunos de estos gestos tienen una vertiente de urbanidad. Son gestos de índole social marcados por el decoro impuesto y asimilado.


Por ejemplo, el gesto de los caballeros, al sentarse, de subirse para arriba los pantalones tirando de la raya por encima del muslo. Este es un gesto en desuso. Estaba destinado, precisamente, a conservar la raya del pantalón y a evitar las arrugas en la cara posterior de la rodilla. Ya no se ve este gesto como se veía antes. Y no se ve porque la raya del pantalón ha dejado de ser un síntoma de pulcritud en el vestir. 

Por contra, la arruga está socialmente admitida, aunque una falda de mujer seccionada en arrugas paralelas, fruto del sentarse, no ofrezca una apariencia aceptable. Otros dos gestos femeninos que se ven cada vez menos son los siguientes: uno, el muy vulgar de estirarse la faja hacia abajo -primero, de un lado, y luego, de otro- al levantarse de un asiento. Esto debe de ser porque las mujeres cada vez usan menos la faja. Y dos, el gesto de retirar, al sentarse, la mitad de las traseras del abrigo. El otro día vi por televisión al ministro Corcuera -ya lo siento- levantarse la cintura del pantalón al ponerse de pie después de una sentada. Ese gesto de levantarse los pantalones por el cinturón, y quién sabe si los calzoncillos, es, con su bamboleo de glúteos, un gesto ordinario. Todos estos gestos, más allá de su finalidad literal, son simbólicos. Algunos los estudió Freud con inquietantes interpretaciones. Indican que no estamos bien con nosotros mismos. No, no estamos bien.

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