El boato que rodea a las estrellas del fútbol

El estereotipo de futbolista limitado intelectualmente y poco comprometido con la sociedad es el más alejado del perfil de Jürgen Klinsmann. El gran aspirante a suceder a Schillaci en el trono de máximo goleador del Mundial es un tipo inteligente que habla cuatro idiomas, se preocupa por la ecología y no necesita manager para negociar sus propios contratos. De vez en cuando, también es capaz de pasar por encima de las defensas rivales con la potencia de sus remates y su ilimitada capacidad física.

Es un tipo poco corriente. Le gusta viajar a Estados Unidos de vacaciones porque allí no le conoce nadie. Todavía, a pesar de sus destacables actuaciones en el Mundial, puede bañarse en el anonimato y marcharse a un local de la Michigan Avenue para ver la final de la NBA sin que le interrumpan a cada paso con peticiones de autógrafos.

Hace algunos meses donó un millón de pesetas a un hospital de Sarajevo y el Ministerio alemán de la Juventud le contrató para una campaña de ayuda humanitaria a los niños de Uganda. Durante este Mundial ha ganado dos veces el premio al mejor jugador del partido y en ambas lo donó a un orfanato. En Stuttgart, antes de alcanzar la fama, colaboró en la rehabilitación de jóvenes salidos de prisión.

No le gusta el boato que rodea a las estrellas del fútbol. Pero él es una de ellas. Ha pasado por grandes clubes europeos como el Stuttgart, el Inter de Milán o el Mónaco, y ahora negocia su futuro a varias bandas. El Bayern de Munch es una opción, aunque clubes españoles e italianos han aparecido en el horizonte. Tuvo contactos recientes con el Valencia. En cualquier caso, quiere salir de Mónaco, un paraíso para los amantes del casino y del «papel couché», pero un suplicio para un futbolista. No hay pasión y apenas cinco mil personas acuden regularmente al estadio Luis II. A Klinsmann le gusta la tranquilidad. Pero no tanta. Ramón Mendoza le tuvo en su agenda hace años y negoció con el presidente del Inter, Ernesto Pellegrini. Pero todo quedó en el olvido, como tantas otras cosas en el Madrid. Ahora, varios años después, Klinsmann es uno de los puntos de referencia obligados del Mundial de Estados Unidos, donde cuenta sus actuaciones por goles. Es el faro que ilumina el camino del campeón del mundo hacia una nueva final.


No es hombre de sistemas ni de corsés. No le gustan las barreras que algunos entrenadores intentan imponer a la creatividad y el talento. Prefiere ir por libre, buscar lo imposible y encontrar la verdad del fútbol, la belleza y la capacidad de inventar sobre la marcha. En el Mundial del buen fútbol, Hagi tenía que destacar. De momento, Rumania ya ha dejado en el camino a Colombia y Argentina, y puede alcanzar las semifinales por vez primera en su historia si se impone a Suecia en la próxima ronda. Será el triunfo de la diversión, la derrota del automatismo.

Hagi no servía para el Madrid de Leo Beenhakker. Hay quien todavía se pellizca para comprender su sustitución en el día que el Madrid perdió su primera Liga en Tenerife, y quien martiriza sus cabellos pensando en cómo prescindió de él la entidad blanca tras la llegada de Benito Floro. Dos años después, Johan Cruyff parece dispuesto a apostar por un porcentaje mayor de anarquía en su loca aventura azulgrana de despreocupaciones y títulos fichando al rumano.

Hagi, acostumbrado a ser el hijo predilecto del régimen de Ceaucescu y al privilegio de conducir un Mercedes por las calles de Bucarest antes de la caída del dictador, tuvo que adaptarse a la oscuridad de la suplencia en el Real. Y después a luchar por la supervivencia en un modesto equipo italiano, el Brescia. Descendió a segunda división y durante toda la pasada temporada tuvo que esquivar a los defensas del Como o del Venecia. Sus únicos contactos con la élite eran sus apariciones con la selección. Un gol a Gales en Cardiff ayudó para que Rumania se infiltrara en la fiesta del fútbol. Ahora, la escuadra de Anghel Iordanescu es una de las invitadas más solicitadas.

Rumania juega al fútbol con ganas de pasarlo bien. Inventa cada vez que tiene el balón en su poder. La pierna izquierda de Hagi es, a la vez, su herramienta más estética y rentable... Raducioiu y Dumitrescu han aprovechado la clarividencia del que una vez fue el Maradona de los Cárpatos para probar su instinto goleador y hacer historia para un país que nunca hizo nada en el torneo futbolístico más importante. Con el triunfo del imprevisible Hagi, la bandera del espectáculo seguirá levantada. Verle es una gozada. Es feo, bajito y a veces parece pesarle el trasero. Pero, sobre todo, es un genio.

Una madre de familia sueca, con tres hijos de piel oscura, le escribió unos días antes del Mundial. «Gracias, Martin, por todo lo que está haciendo contra el racismo en este país. Su sacrificio, su espíritu de lucha, son un ejemplo para todos nosotros». Martin Dahlin es, en efecto, un símbolo para un país que, como el resto de Europa, ha visto rebrotar el fantasma de la xenofobia. Y sus goles en Estados Unidos están ayudando todavía más a la causa de la integración y la concordia.

Hijo de un venezolano y de una sueca, Dahlin entró en la historia del fútbol de Suecia cuando, en 1988, se enfundó la camiseta amarilla de la selección. Fue el primer deportista negro que lo consiguió. El allanó el camino para otros compañeros como Henrik Larsson, cuyo padre nació en Cabo Verde y que también está en la concentración del equipo escandinavo.

Es fuerte, trabajador y listo. Sabe encontrar el lugar adecuado en el área y se faja sin complejos ante las defensas contrarias. Es un gran rematador de cabeza, cualidad que ha podido demostrar sobradamente en los partidos que disputó ante Rusia y Arabia Saudí. De momento ya ha conseguido cuatro goles, y aunque él concede más importancia a la posibilidad de jugar la final, el trofeo al máximo realizador es una cercana realidad. Jürgen Klinsmann, con un equipo más potente, es el favorito, y él lo admite, pero Dahlin ha superado ya numerosos obstáculos a lo largo de su vida. En la Eurocopa»92 él era el «madero» que acompañaba al genial Tomas Brolin. Ahora, se ha ganado un respeto. Es limitado técnicamente, pero sus virtudes tapan esas carencias.

Sus cualidades no pasaron desapercibidas para los ojeadores alemanes que cada año marchan a pescar talentos en las ligas semiprofesionales de los países del norte de Europa.

Dahlin acabó en un histórico, el Borussia Mönchengladbach, que le ha ofrecido la renovación hasta 1996. El Girondins de Burdeos intentó ficharle hace algunos meses, pero el Borussia no se avino a negociar.

Forma en el conjunto germano una rentable sociedad con el delantero de Togo Bachirou Salou. A sus 26 años, todavía puede pensar en un traspaso futuro a un club con mayor presente. El Mundial es el mejor escaparate.

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