La apocalipsis es roja

Quizás sus hagiógrafos del futuro, como ya lo hacen sus dos forofos del presente, vean en él la reencarnación de las virtudes legendarias del burgalés de pro, aquel guerrero linajudo que hacía de familia, blasón, tierra y honor las únicas razones de su vida. En el subconsciente colectivo de miles y miles de sus paisanos, desde el proletariado a la rancia alcurnia provinciana que mira por encima del hombro, José María Peña enlaza, siglos y siglos después, con personajes de epopeya como Fernán González y el Cid Campeador. También EL, el Alcalde por antonomasia, planta cara al Poder establecido y se rebela «con razones» sólo en aras de un algo patriótico y visceral que antaño, en horas de héroes medievales, se denominó Castilla y ahora, Burgos a secas. Pero EL, José María Peña San Martín puede ser la imagen rediviva de Luis XIV, aunque con predios más de andar por casa. Burgos es El. 

Burgos lo justifica todo. Su único partido político es Burgos; Burgos su exclusiva obsesión; Burgos su razón de andar, desde hace más de una década, metido en los berenjenales de una política municipal donde prima el ordeno y mando y a callar...siempre, claro está, en beneficio de la ciudad. Y si los cronistas del Poema de Mío Cid gemían con aquel «¡Dios qué buen vasallo si oviese buen senyor!», los burgaleses de hoy parecen predicar un «¡Dios que buen señor, aquí estamos sus vasallo!». 

Y lo llevan a efecto cada vez que se convocan elecciones municipales. Peña, un economista de 54 años que inició su actividad a la sombra del Polo de Desarrollo franquista, allá por el 67, ha ganado por goleada todas las convocatorias. Lo de menos son las siglas. En 1979, bajo el amparo de UCD; en 1983, cobijado en el PDP dentro de la coalición con Alianza Popular y la Unión Liberal; en 1987, en Solución Independiente, un grupo creado a su medida y apoyado por José María Aznar, incluso contra los criterios de su partido; y, en 1991, en las filas del Partido Popular, como uno de los independientes de lujo, esos que el hoy líder del PP se aprestó a reciclar para que «todas las fuerzas del centroderecha español sumasen y no restasen». Peña es Burgos y Burgos es Peña. (No falta, incluso, quien dice, en alusión a las magnas proporciones de la caja craneal del Alcalde, que había que cambiar el lema «Burgos, cabeza de Castilla» por «Peña, cabeza de las Españas). El binomio citado explica todo, aunque, para los detractores y para los foráneos, todo sea casi inexplicable. Los críticos, que haberlos, haylos, no entienden como una ciudad con gran porcentaje de asalariados puede apoyar en la medida que lo hace a un hombre de maneras dictatoriales, autoritario y vehemente.


Pero Burgos le responde una y otra vez. Por ejemplo: el PSOE no ha ganado ni uno sólo de los comicios celebrados desde el 77, sea europeo, nacional, regional o municipal, en la barriada obrera de Gamonal. El PSOE. Salió la palabra maldita para el Alcalde por antonomasia. Los socialistas son, para EL, la Apocalipsis pintada de rojo acentuado. Ellos le buscan las vueltas, ellos influyen en fiscales y jueces para perseguirle, ellos quieren arrebatarle vía tribunales lo que las urnas tozudamente les niegan; ellos son los otros, los enemigos de Burgos, los que se llevaron la Junta a Valladolid, los que maniobran, los que... El Cid Campeador les hubiera llamado sarracenos innobles y Fernán González, perros infieles. Por eso Peña, el Alcalde por antonomasia, utiliza como nadie, malévolamente o por convicciones seculares, el argumento bíblico: o conmigo o contra mi. Y si alguien le censura, sea técnico urbanista, arquitecto, periodista o turista, no duda en ver razones ocultas. Como Cristo ante Caifás se pregunta: ¿hablas tú o lo hace otro por tu lengua? El otro, evidentemente, no puede ser más que el PSOE. 

Así se lo espetó a Antonio de Senillosa, Gómez Marín, Alfonso Rojo y demás contertulios de Luis del Olmo en Onda Cero cuando, el pasado viernes, le apretaban las tuercas sobre su decisión de no dimitir: «A lo mejor también estáis pagados por los socialistas». Sus frecuentes y conocidas arremetidas verbales no se producen sólo cuando alguien le «agrede» desde tribunas públicas. Peña es capaz de agarrar por el cuello y llamar repetidas veces «hijo de puta» en plena Plaza Mayor a un turista toledano, que paseaba junto a su esposa y unos amigos por la ciudad, sólo porque oyó la palabra «bruto» y pensó que se refería a él. El Alcalde por antonomasia asegura que le insultaron a El y que no se achanta ante nadie. «Reaccioné como haría un hombre porque, si yo no insulto a nadie, no permito que me insulten». Y, por si quedan dudas de su postura vital apostilla: «Y que den gracias algunos de los que me insultan de que soy alcalde porque sino, además de replicar al insulto, a algunos les contestaría de otra manera; y es posible que eso tenga que llegar». El caso está pendiente de sentencia. Otra bronca, sin embargo, le han costado el primer disgusto jurídico. 

El juez le condenó a pagar cien mil pesetas de multa por sus agresiones verbales al periodista Pachi Larrosa. Simplemente le llamó «hijo de puta» y «periodista indigno» y le dijo que «si yo no fuera alcalde ya estarías en el Arlanzón con la cabeza vuelta del revés». Fino estilista, que se dice. 

Larrosa había preguntado a Juan José Lucas, presidente del PP en Castilla y León, por qué su grupo presentaba como candidato a la Alcaldía a un hombre procesado. No obstante, a Peña no parecen preocuparle los tribunales. La mencionada fue su primera condena. Antes había salido absuelto, aunque decidirá el Supremo, de los casos Campofrío (venta a bajo precio de una parcela municipal) y Castellana de Publicidad (impago de una indemnización de 50 millones por alegar que la empresa debía 50 al Ayuntamiento). ¿Cómo explicar, tras estos datos, el carisma popular de un líder cuya imagen (entrado en años, gordito, semicalvo, poco agraciado físicamente) contradice todas las teorías del marketing político? Desde fuera, muy complicado; desde Burgos, relativamente fácil. El burgalesismo de Peña es religión; su populismo, mito. Dice lo que los ciudadanos quieren oir, pisa los barrios, tiene en palmitas a las peñas, se faja con la limpieza y el buen cuidado exterior de la ciudad, coloca al socialismo como responsable de males reales o inventados (carreteras, inversiones públicas, pérdida de las instituciones regionales), ejerce la filantropía, pone a Burgos como único motor de sus actuaciones, vive como nadie las fiestas de San Pedro (vino de las botas, ruptura con el protocolo, abrazos a granel, corridas de toros), es el primer hincha del Real Burgos...Los domingos, en el estadio municipal, es frecuente un rito que comienza cuando el Fondo Norte grita «Hola, Fondo Sur». 

Los aludidos contestan: «Hola, Fondo Norte». Y todos a coro claman: «Hola, Cabezón». Peña se levanta y saluda. Hasta sus críticos comentan que «Burgos está con Peña, se le perdona todo». En el todo engloban sus salidas vehementes, sus desplantes a los partidos políticos, sus implicaciones urbanísticas. José María Aznar lo entendió así cuando se fijó como meta atraerle hacia el PP, pese a las voces contrarias de su partido. Por eso en Burgos dudan que nadie se atreva a pedirle la dimisión. Ni Aznar ni el lucero del alba. Si hasta se negó a cederle puesto en el protocolo a Felipe González, con el Rey como testigo, ¿quien va a hacerle inclinar la cerviz? Como en el drama clásico, «El mejor alcalde, el Rey». Y, en Burgos, el Rey es EL.

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