Alfonso Guerra era un pelota del rey

«El nombramiento de Narcís Serra como vicepresidente del Gobierno es el mayor acierto que ha tenido Felipe González desde que eligió el primer Gobierno en 1982». Así respondió el pasado miércoles un miembro de la Ejecutiva del PSOE a la pregunta que le formulé: ¿Qué valoración hace del primer año de Serra como vicepresidente? Todos los perfiles publicados por los medios de comunicación cuando Serra sucedió al hermano de Juan Guerra en la vicepresidencia coinciden en calificarle como discreto, hábil, útil, prudente, gran componedor...Mucha gente identifica estas virtudes con impericia, incapacidad o blandura. Pero Narcís Serra y Serra es un hombre que no es lo que parece, o al menos es mucho más de lo que parece ser. Su mayor acierto ha sido, probablemente, que jamás ha sido protagonista de ningún enfrentamiento abierto y público con nadie del PSOE, del Gobierno o de la oposición, cuando en realidad ha plantado cara en muchas ocasiones a dirigentes del partido, compañeros del Ejecutivo y adversarios políticos. 

Como muestra, el botón de sus actuales diferencias con Carlos Solchaga, el ministro de Economía y Hacienda, que no ha podido evitar, por más que lo ha intentado, que Serra le impida manejar a su libre albedrío ese reino de taifas en que se convirtió el equipo económico mientras Guerra fue vicepresidente. Solchaga puentea constantemente a Serra, despacha directamente con González y gusta de hacer esperar al menos un día al vicepresidente cuando éste trata de despachar con él.


Pero Serra no acude al cuerpo a cuerpo, se faja en la media distancia y asesta golpes directos allí donde sabe que duele más el impacto. La primera batalla se la ganó a Solchaga el verano del 91, cuando consiguió que el ministro redujera en 100.000 millones el recorte presupuestario que pretendía imponer a sus compañeros en el Ejecutivo. Con los Presupuestos Generales del Estado para 1992, Serra le ganó a Solchaga su segunda gran batalla. Con el plan de convergencia económica con Europa, le ganará en el Consejo de hoy la tercera. Y todo ello (esto es lo más importante) con el aval del number one González. Ambiciona ocupar la residencia privada de La Moncloa más que el propio José María Aznar, ysabe que tiene mucho ganado desde que logró instalarse en Semillas Selectas junto a su inseparable Lluis Reverter, el eficaz estratega Miguel Iceta, su fiel consejero José Enrique Serrano, su secretario particular, Juan Ros y la secretaria María Evangelina Martínez. Todos ellos le acompañan desde que ponía firmes a los militares en el Paseo de la Castellana. Hay quien dice que Felipe tiene claro que debe ser su sucesor. Otros tratan de transmitir que esa idea sólo se encuentra en la cabeza del propio Serra. Algunos le acusan de estar cometiendo errores de estrategia al promocionarse en exceso. 

También hay quien filtra que él mismo es el filtrador de cada noticia que se publica sobre la sucesión de FG. Serra no dice nada y se ocupa de aumentar cada día su cuota de poder, aplicando los criterios de estrategia leninista: dos pasos adelante y un pasó atrás. Conquista cada poco nuevas parcelas de poder y deja que los demás se cansen de decir que es un hombre sin carisma. El honorable Josep Tanadellas, que tuvo a Serra como consejero predilecto en la Generalitat, apuntó una interesante tesis acerca del lento pero seguro ascenso de Narcís Serra: «A Narcís todo le sale bien porque sólo acude a las reuniones de las que sabe que todo le saldrá bien». Los estudiosos de su carera política destacan un detalle cuando se plantean hipótesis sobre la sucesión de González: «Que nadie olvide que Serra está muy bien visto en La Zarzuela. Ya ha mantenido dos entrevistas con el Rey en labores de sustitución del presidente, algo que jamás hizo Alfonso Guerra mientras ocupó la vicepresidencia». 

Personas de su entorno más próximo aseguran que Serra ha logrado en un año ganarse la absoluta confianza del jefe, pese a que no les unían a ambos, como ocurría con Guerra, veinticinco años de lucha política y contacto personal, y pese también a las diferencias de carácter entre un andaluz pasional y apasionado y un catalán frío y flemático. González, cansado de los trabajos domésticos, enamorado del sueño europeo, descansa relativamente tranquilo cuando deja en manos del número dos las tareas internas, por más que estas tengan tanta trascendencia como los Juegos Olímpicos o la Expo-92. Serra llegó a Moncloa como un hombre de compromiso que no irritara a los denotados guerristas, no impuso en el Gobierno a ningún ministro afín, su equipo de fontaneros se reducía prácticamente a los citados y sus competencias parecían limitarse a poco más que sustituir a González. 

Su autonomía para tomar decisiones, sus enfrentamientos soterrados con Solchaga, su capacidad para intervenir en todas las áreas del Ejecutivo, su poder para cenar las listas de las elecciones catalanas, su capacidad de convencimiento y su pragmatismo han producido una doble reacción en el sector guerrista del PSOE: le respetan en la misma medida que le temen. La oposición dice que no puede valorar el primer año de Serra como vicepresidente porque nadie sabe lo que ha hecho. Este es el juego de la política. PP, IU, CDS y demás conocen perfectamente el papel que el vicepresidente está jugando en el Gobierno y en el partido. Son conscientes de que ha sido hombre clave en las negociaciones mantenidas entre el PSOE y CiU de cara a un hipotético y no descartable Gobierno de coalición tras las próximas elecciones. 

Saben también que fue quien llegó a plantear a Pujol que, si tuvieran que gobernar juntos socialistas y convergentes, su amigo Miquel Roca sería el ministro de Justicia. En la dirección del PSOE se considera que Serra ha imprimido un nuevo estilo «más europeo y menos ibérico» a la vicepresidencia, más dialogante, relajado y claro, con menos tendencia a la conspiración permanente, con un espíritu de autocrítica desconocido en los tiempos de Guerra. Narcís Serra es un maestro en el difícil arte de la ironía y un hábil practicante de la mentirijilla en política. Los que le conocen afirman que cuando Serra dice la verdad, mira fijamente a los ojos, y cuando miente se observa las manos mientras mueve o entrelaza sus dedos. Es consciente de que la política es el reino de la piel de plátano, y ha aprendido a moverse entre bananas sin escurrirse. 

Serra no es un político espectáculo. Es cierto que no tiene carisma, que su oratoria es limitada, que es un personaje sin gracia muy útil para los caricaturistas y humoristas, que se apropian de su figura, su voz y sus gestos para hacer reir al personal. No tiene el gancho de Felipe, o de Suárez, ni el furor borde de Corcuera, ni es un actor como Guerra. Pero es un profesional de la política, inteligente, hábil, con las ideas muy claras que, además, sabe rodearse, una cualidad importante en la alta política. El vicepresidente es un hombre de buena familia, y no lo oculta. 

Se dice que saber tocar el piano es síntoma de burguesía clásica. Y Serra no tiene inconveniente en aparecer en tevetres peleándose dignamente con el teclado. En 1965, de la mano de su tío Narcís de Carreras, entró a trabajar en la Cámara de Comercio. Después abrió despacho con el abogado Miquel Roca, amigo y compañero del Front Obrer de Catalunya (FOC) y redactó su tesis doctoral en la London School of Economics. Más tarde ingresó en Convergencia Socialista de Catalunya (CSC), que después se integró en el PSCPSOE. Cuentan que cuando en el año 1974 se propuso el ingreso de Roca en CSC, José Ignacio Urenda, uno de sus principales dirigentes, hoy gobernador civil de Lérida, se opuso con este argumento: «Por la derecha podemos llegar hasta Narcís Serra; pero no más». Su primera aparición como figura de los socialistas catalanes fueron las primeras elecciones democráticas, el 15 de junio de 1977, en las que no salió elegido, pues iba situado en el puesto decimotercero. Pero intervino en el mítin de cierre de campaña junto a Joan Raventós y Felipe González. Después fue consejero de la Generalitat, alcalde de Barcelona, ministro de Defensa y ahora es vicepresidente. ¿Donde estará mañana? Sin duda, dios proveerá.

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