No hay que olvidar el factor humano

Nada se deja en manos del azar en el mundo de Rafa Benítez. Todo está calculado, cada acción de sus jugadores queda almacenada en el cerebro de un técnico con la sangre más fría que el hielo de la Antártida, cada pieza del tablero tiene sus movimientos predeterminados e incluso bajo la aparente y jovial improvisación de Fernando Torres se accionan mecanismos que previamente se pusieron en marcha en la sala de máquinas que el técnico madrileño mantiene en funcionamiento día y noche durante 24 horas y sin descanso. No cabe el error, todo está programado y hasta ahora, los hechos seguían la leyes dictadas por un hombre que ha vivido ya dos finales de la Copa de Europa con un equipo que sigue sin pasar del cuarto puesto en la Premier.

Pero algo debió pasar en ese mundo. Quizás una mariposa se posó sobre una flor al otro lado del planeta y a partir de un acto tan trivial se desencadenaron tsunamis y terremotos que acabaron provocando el cataclismo final. Sí, el error humano, la monumental 'patochada' de John Arne Riise, noruego de Alesund, aspecto de rudo leñador, ocho años vestido de rojo Liverpool y, desde ayer, convertido en símbolo de la catástrofe, revolucionó todas las teorías. 

Su cabezazo hacia la portería de Reina en el minuto 94 de un partido que estaba absolutamente controlado por el estilo industrial del Liverpool tuvo un efecto más devastador que la caída del meteorito que acabó con los dinosaurios. De repente, el cielo cayó sobre las cabezas de los habitantes de Anfield. Un elemento secundario del sistema había confirmado que la teoría del caos es posible incluso en un sistema tan ordenado y cerrado como el de Rafa. El cabezazo en plancha inesperado y letal de Riise acabó con toda una teoría ganadora.

La desgracia llegó en uno de los días en los que Anfield no sólo era un mundo feliz, sino también el escenario de un aceptable partido de su equipo. El Liverpool, aún con sus cosas, con su estilo alejado de todo glamour, pasó por encima de su rival e incluso tuvo opciones de alcanzar un 2-0 que habría sido determinante. Pero el 1-0 ya le iba bien a Benítez, que convierte siempre ese resultado en una tonelada de cemento arrojada a los rivales.

El Chelsea se veía superado y ofrecía un fútbol impropio de la nómina de estrellas recolectadas por el insaciable Abramovich. Tener a gente como Joe Cole, Ballack, Drogba, Lampard o Malouda y jugar tan rematadamente mal es como robar cuatro salas del museo del Louvre y adornar con sus obras un poblado chabolista. Imperdonable. Ese eterno perdedor de semifinales estaba a miles de kilómetros de la final de Moscú en el minuto 94.

Pero el fútbol no es una ciencia exacta. Por eso se producen fenómenos paranormales como los que ayer destrozaron a Riise y a su Liverpool. Ahora, el bastón mando es del Chelsea. Se trata de averiguar si sabrá lo que hacer con él dentro de seis días. Arrancará con ventaja en la eliminatoria y al amparo de su público. Pero que no se confíe. Benítez ya hurga en su taller buscando la fórmula para anular los efectos del 1-1. Seguro que tiene algo previsto. Salvo los cataclismos.

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